El modelo a seguir se llama Jesús.
En mis tiempos de ateo y anticlerical clamaba contra la hipocresía de
algunos cristianos (o así llamados) que iban a la iglesia el domingo y
se comportaban como auténticos hijos de Satán de lunes a
sábado. En la actualidad no son pocos los ateos que nos recriminan a
los cristianos que nuestro comportamiento no es todo lo correcto que
debería ser. Y la verdad es que tienen razón. A menudo nos encontramos
que existe una distancia considerable entre nuestras palabras y nuestros
actos. Y desde luego en no pocas veces cometemos fallos y nos
equivocamos. Yo el primero, que conste.
Ahora bien, esto ha pasado siempre, no sólo en la Iglesia actual sino aun en la primitiva. Cuando Jesús
llegó al mundo no vino a seleccionar precisamente a los más santos, a
los más inteligentes o a los que mejor conocían las Escrituras. No.
Escogió a Pedro (que le negó tres veces), a Pablo (que era un asesino), a Judas Iscariote (un traidor), a Mateo (un traidor a su patria), a Tomás (un incrédulo), a María Magdalena
(una adúltera…) y a unos apóstoles que eran unos cobardes porque a la
hora de la crucifixión casi todos se marcharon corriendo a esconderse
con el rabo entre las piernas.
¿Qué quiere decir todo esto? Jesús no quiere superhéroes. Él busca a
personas normales y corrientes, con sus virtudes y con sus miserias, que
si han llevado una vida de pecado sean capaces de dar un giro de 180º a
sus vidas, arrepentirse y iniciar el camino recto. Todos somos
pecadores. Todos tenemos flaquezas, debilidades, todos cometemos
errores. También los creyentes, pues, al fin y al cabo, somos personas y
como tales contamos con una naturaleza pecadora. La Santa Biblia está llena de arriba abajo de reyes, de apóstoles y profetas que, pese a su gran fe, a veces le fallaban a Dios.
Yo soy cristiano y le diría a un ateo que no se fije en mí, que no
tome ejemplo de mí porque no soy un ejemplo de nada en absoluto. Pero
que tampoco tome ejemplo del Papa, ni del obispo, ni del cura, ni del
pastor evangélico, ni de su vecina del cuarto ni del de más allá. Porque
todos nosotros somos personas. Y como personas que somos, tarde o
temprano fallamos. Le diría que tome como modelo a Jesús, que no le va a
fallar nunca. Él es el ejemplo inmaculado y perfecto de cómo vivir una
vida en santidad, sin mancha alguna. En Él es quien debemos fijarnos; en
Cristo y en nadie más.
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