Gaymonio y lesbimonio son obra del demonio.
“Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte” (Proverbios 16:25).
La fuerza del relativismo moral es tan grande que empuja a millones
de personas en el mundo a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno (Isaías 5:20). Una vez descartamos a Dios,
ya no existe la verdad sino que cada uno tiene su verdad. Cada uno hace
de su capa un sayo, cada uno obra según su propio entendimiento y no
según la voluntad perfecta de Dios. El problema radica en que el hombre
sigue caminos que según su opinión son rectos (Proverbios 16:2) pero la Biblia
advierte que no debemos confiar en nuestro propio entendimiento
(Proverbios 3:5-8), que a menudo erra, ni en nuestro corazón que es
engañoso (Jeremías 17:9) sino en el Señor. Hace años
yo mismo cometí la equivocación de, desde mi ignorancia, defender el
gaymonio y lesbimonio hasta que a la luz de la Palabra me di cuenta de
que la homosexualidad es “abominación” a los ojos de Dios (Levítico
18:22).
Es tan habitual escuchar en estos días: “Pero si dos hombres se aman
¿qué tiene de malo que se casen? No hacen daño a nadie”. Con ese
argumento podemos dar entrada a todo tipo de perversiones e
inmoralidades… Si la unión de dos hombres es un matrimonio ¿quién negará
a los musulmanes europeos su “derecho” a la poligamia? Total, si un
hombre y cuatro mujeres se aman ¿por qué no ha de ser eso un matrimonio?
¿Y por qué no puede serlo un trío? Mi novia, mi novio y yo nos queremos
mucho, somos ciudadanos honestos que pagan sus impuestos así que ¿por
qué no podemos contraer un matrimonio los tres juntos? Es más, si una
niña que ni siquiera ovula y yo nos amamos… ¿quién es el Estado para
impedir nuestra boda? Si una figura histórica como el falso profeta Mahoma se casó con una niña de 9 años ¿quién es nadie para negarme a mí hacer lo mismo?
Ese “¿Y por qué no?”, ese “No tiene nada de malo”, ese “No hacemos daño a nadie” son ideas perversas que Satanás
pone en el corazón de las personas para confundirlas y torcer los
caminos rectos de Dios. Lo cierto es que el gaymonio y el lesbimonio son
un ataque frontal a la institución más antigua del mundo (la familia) y
un peligroso precedente para la legalización de otro tipo de uniones
que no tienen más propósito que el de empujar los valores morales
tradicionales, verdaderos cimientos de la civilización occidental, por
el barranco de la historia. Su aceptación social no los hace en absoluto
buenos, ya que una cosa mala, porque esté bien vista, no deja de ser
mala. Al contrario: que la maldad se expanda sin remisión es claro
síntoma del acelerado proceso de podredumbre y descomposición que vive
Occidente y el preludio de los tiempos lóbregos que aún están por venir.
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