Una aficionada, en Viena, durante la Eurocopa de 2008. :: REUTERS
Escribir sobre el patriotismo español da un poco de miedo, porque
parece que con sólo mencionar la expresión uno se está comprometiendo de
alguna manera. Una de las últimas ocasiones en las que el concepto ha
asomado más allá de los textos de reflexión política fue durante el
juicio a Josué Estébanez, el neonazi que en 2007 mató de una puñalada en
el corazón al antifascista Carlos Palomino. El diálogo fue así:
-¿Es usted patriota?
-Soy español, nada más. Como militar soy una persona a la que le gusta que gane la selección española.
La evasiva del acusado demuestra el endiablado embrollo que rodea al
patriotismo español: el hombre quizá interpretó que confesarse como tal
equivalía a declararse nazi, así que terminó hablando del aspecto más
amable de la identidad nacional, el fútbol. Fuera de los estadios, la
bandera española es usada sobre todo por personas de ideologías extremas
-los de un lado las exhiben para apoyar sus causas particulares, los
del otro simplemente las queman-, mientras que, en medio, mucha gente
alberga sentimientos tibios o encontrados hacia la enseña.
«La característica principal del patriotismo español ha sido su
carácter reprimido debido a la virulencia de las diversas leyendas
negras y a una imagen que identificaba el patriotismo con el franquismo
-analiza José Luis González Quirós, profesor de Filosofía en la
Universidad Rey Juan Carlos y autor de 'Una apología del patriotismo'-.
Es algo de lo que nos vamos recuperando, pero sigue siendo un
patriotismo un tanto vergonzante. También ha influido muy negativamente
la contraposición de lo español con lo de ciertas regiones que
supuestamente no lo eran». Para sortear los distintos abismos que rodean
al patriotismo en España, se ha recurrido a conceptos como el
'patriotismo constitucional' o el 'patriotismo republicano', que no se
basan en una cultura monolítica o una etnia común, sino en la adhesión a
un sistema de leyes que permite la vida libre. Pero esas doctrinas, tan
racionales, tan sofisticadas, tan civilizadas, no acaban de prender en
los corazones.
En España, lo que de verdad funciona es una buena Eurocopa. El verano
de 2008 ha quedado como un periodo excepcional de normalización en el
que las banderas adornaron ventanas y balcones sin mayor intención
ideológica, aunque también es verdad que buena parte de la población
sobrellevó como pudo el empacho de 'la Roja' y el 'Que viva España'. Las
celebraciones de la victoria de la selección llegaron a lugares tan
imprevistos como el mismo centro de Bilbao. «Al patriotismo español, tan
debilitado, le están viniendo bien los éxitos deportivos -confirma
González Quirós-. Nos hacen ver que no somos inferiores a nadie, que
podemos competir en cualquier terreno».
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