¿Homofobia? No, demagogia.
En el lenguaje de lo hipócritamente correcto, existen temas tabú que
parecen ser intocables so pena de ser acusado de las peores vilezas. Es
lo que se llama falacia ad hominem; esto es, cuando atacas a la persona
en lugar de atacar el argumento que dio. Por ejemplo, si yo digo que
estoy en contra de la homosexualidad porque es mala, me acusarán de
“homófobo” y de “odiar a los homosexuales”. La acusación no sólo es una
falacia, en tanto que no responde a un argumento con otro argumento sino
con etiquetas; es también una estupidez. Es como si dices que estás en
contra de la anorexia y te acusan de odio y discriminación hacia las
anoréxicas.
Que rechaces la anorexia no quiere decir que rechaces a las
anoréxicas, si rechazas la homosexualidad no por ello rechazas al
homosexual, que estés en contra del pecado no quiere decir que estés en
contra del pecador, que repudies la circunstancia no significa que
repudies a la persona que hay tras ella. Esto es tan elemental que hasta
un niño lo entendería (¿o es que tú no puedes tener un amigo de
derechas si eres de izquierdas? ¿dejas de saludar a tu cuñado madridista
sólo porque tú seas del Barça?), por lo que confundir la circunstancia
con la persona como si ambas fueran una misma cosa es de tener muy pocas
luces o muy mala leche.
Algunos dicen que la homosexualidad es una enfermedad, otros que un
vicio, los hay que la consideran un estilo de vida o una orientación
sexual tan respetable como cualquier otra. Yo no sé quién de todos ellos
estará en lo cierto, pero de una cosa estoy completamente seguro: la
homosexualidad es un pecado, algo que ofende a Dios. Y
como cristiano que soy no puedo aceptarla ni dar mi visto bueno porque
una cosa que está mal, porque esté socialmente aceptada por la mayoría
de la gente, no deja de estar mal. No es homofobia sino pecadofobia lo
que impulsa a los auténticos cristianos a rechazar las prácticas
sexuales de lesbianas y gays.
Pretender acusar de homofobia a los cristianos no deja de ser
demagogia pura y dura. Si mañana la Asociación Nacional de Adúlteros
quiere convencernos de que el adulterio es un respetable estilo de vida,
que no cuente con nosotros, porque nuestros valores morales no son
fijados por modas que van y vienen sino por Dios mismo. Y resulta cuanto
menos curioso que los adalides de la tolerancia sean capaces de tolerar
a todo el mundo menos a nosotros los cristianos, a quienes nos tachan
de homófobos, medievales, trogloditas, etc, simplemente porque nos
negamos a dar nuestro visto bueno a un pecado que resulta abominable a
ojos de Dios.
Los grupos de presión homosexuales quieren convencer a la sociedad de
que estar contra el gaymonio y lesbimonio es un acto de homofobia. Si
yo considero que la unión de dos personas del mismo sexo no es un
auténtico matrimonio me acusarán de vulnerar los derechos de gays y
lesbianas. Si así fuera, no los discrimino más de lo que discriminamos a
un polígamo cuando le decimos que la unión de un hombre con cuatro
mujeres no es un auténtico matrimonio. O a un trío compuesto por dos
mujeres y un hombre cuando les decimos que su relación, se pongan como
se pongan, no es un auténtico matrimonio. Que lo suyo es otra cosa.
La auténtica marginación se la infligen los homosexuales a sí mismos.
No hay más que ver el día del orgullo gay. En lugar de denunciar que en
Irán ahorcan a los gays por el solo hecho de serlo, ellos se ponen las
plumas y empiezan a hacer mariconadas por la calle. Se trata de un
carnaval mariquita, un esperpento digno de la parada de los monstruos,
un colectivo humano que con sus numeritos de circo no hace sino
distanciarse cada vez más y más de la supuesta integración y normalidad
que dice reivindicar, y que manda el mensaje al mundo -alto y claro- de
lo que realmente es y quiere ser: un ridículo gueto muy alejado de la
gente normal.
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